Cuentos para Verónica llevo a la fama a la escritora argentina Poly Bird allá por el 1969. La autora lo escribió a raíz del nacimiento de su única hija y con él logro llegar al corazón de varias generaciones.
Se vendieron dos millones de ejemplares y se convirtió en el libro de mayor venta después del Martín Fierro.
Carta
Por si no estoy cuando ya sepas leer con los ojos y con el corazón al mismo tiempo.
Cuando te miro, Verónica, tan chiquita, tan redonda, con tu pelito de seda, haciendo morisquetas frente al espejo, soy feliz... y tengo miedo.
Porque el miedo es un raro ingrediente de la felicidad, sobre todo de esta felicidad mía tan pulida, tan dulce, tan nueva. Ahora no lo entiendes, claro, tienes nada mas que un año, un añito que pregonas con tu índice en alto y una sonrisa de solo seis dientitos de conejo.
Ahora tu mundo se reduce a los pajaritos de cartulina que papá colgó del techo de tu cuarto y el aire mueve constantemente para tu asombro y tu alegría. Y a la muñeca que buscando tu amistad solo encontró que te diviertas tirándola al suelo desde tu cuna. Y al muñeco de celuloide pintado de rosa que tiene campanas en la barriga y suena a gloria cuando lo mueves.
Ah... tu mundo... tu mundo de sopa, de puré, de torpes balbuceos, de rodillas sucias de gatear por el piso, de chupetes, de pañales, de agua tomada con bombilla y verdaderas proezas para sacarle las perillas al televisor. Es un mundo chiquito, vigilado, seguro, con olor a colonia para bebes.
Un mundo que cabe en la palma de tu mano gorda. Yo estoy en ese mundo, soy una enamorada de ese mundo. Sí, Verónica, ahora mamá esta. Lloras de noche y corre a tu cuarto, te acaricia la cabeza, te dice que vuelvas a dormite. Mamá ya te conoce bien, sabe todo lo que te gusta y lo que no te gusta, y cuando pone sus ojos sobre ti, te estudia, te analiza, trata de comprenderte, de aprender cual es el camino que llega a tu corazón, para transitar siempre por el.
Y ese es mi miedo. Hoy estoy aquí, tan cerca de ti, pensando la manera de hacerte feliz, segura de que a mi lado encontraras la dicha. Pero... ¿si me muero antes de que seas grande? ¿Y si me muero antes de poder responder a todas tus preguntas, antes de poder aclarar tus dudas, antes de poder secar las lagrimas de tus primeras desilusiones, esas que duelen tanto? No, no tengo que morirme, no quiero.
Pero si me muero, quiero dejarte entre muchas cosas (mi vida, mis sueños, mi inmenso amor por ti) una carta para que la leas con los ojos y con el corazón al mismo tiempo. Y sientas que estoy a tu lado, que estirando la mano puedes tocarme en el aire y afinando el oído puedes escuchar mi voz y mi risa (porque por sobre todas las cosas quiero que te acuerdes de mi risa...)
Verónica, gorrión, esta es la carta:
"A tu alrededor hay un mundo con todo lo que conoces, con todo lo que amas. Mas allá, un mundo grande, bello y peligroso, donde te espera todo lo que te hará mujer: el amor, el hombre, la decepción, la angustia, el llanto, la felicidad.
Para entrar a ese mundo no uses cábalas, no cierres los ojos, pero tampoco los abras con la intención de ver todo lo malo, lo negativo, lo gris.
No cierres tu corazón con siete llaves... pero tampoco lo dejes sin ninguna cerradura. No te guardes todo, pero no lo des todo. No pienses que los caminos son fáciles y te lances a andar con los pies desnudos, las manos abiertas y los ojos lavados con el agua de los arroyos limpios.
Tienes que llevar algo para el viaje, para cualquier viaje que emprendas; un equipaje sencillo y necesario que te ayude y te proteja: la pequeña armadura de tu voluntad para recuperarte de las caídas, así ninguno de los golpes que recibas llegara a romper tu fe; la ternura, porque con la ternura se curan los pajaritos enfermos, se hace reír a los niños y se llena de alegría el corazón de los que queremos.
Y lleva amor, mucho amor, para los que te amen y para los que te odien. Porque alguien te va a odiar, no sé quien y no sé por que... alguien te va a odiar sin motivos para odiarte, y el que odia, Verónica, no es malo... solamente esta enfermo.
Recuerda que en tu mundo viejo y en tu camino nuevo tienes un amigo. Es un hombre que te conoce desde que naciste. Es un hombre que te quiere mas que a sí mismo y, aún no comprendiéndote, aún equivocado, siempre va a buscar lo mejor para ti, te va a proteger, te va a ayudar.
¡Un hombre que hará por ti lo que sea necesario hacer y más!
Un hombre que busca tu luz para iluminarse y busca tu risa para sentir que la vida no se ha vivido en vano. Un hombre que cuando eras chiquita te compro unos pajaritos de cartulina blanca y negra y los colgó del techo de tu cuarto con hilo de coser. Papá. Tu papá, Verónica.
Puede ser que lo encuentres muy severo o demasiado intransigente... pero si tienes algún problema acércate a él y díselo.
No hallaras mejor amigo que quien ha pasado noches en vela cuando estabas enferma y rezo por ti cuando ya había olvidado las palabras de las plegarias, y lloro de emoción la primera vez que lo llamaste "papá". Y, al fin, no quiero engañarte, decirte que te dejo en un mundo de rosas, ruiseñores y todas cosas bellas... Pero tu puedes hacer que tu corazón las invente y cuando lo lastime una espina, sepa que detrás de la espina esta el maravilloso milagro de una flor.
TU MAMÁ
autor: Poldy Bird
Buenos Aires - Argentina
Del libro CUENTOS PARA VERONICA, edición 76 - Dos millones de ejemplares vendidos en Argentina. Traducido a 14 idiomas.
Fausto Salinas, como el Fausto eterno, decidió pactar con el diablo. -Te entrego mi alma- propuso- a cambio de que todas las mujeres quieran tenerme en sus brazos. -¿Eso es todo?- preguntó Lucifer. -Eso es todo- confirmó Fausto Salinas, antes, poco antes de que el Rey de las Tinieblas lo convirtiera en un bebé, un bellísimo bebé de sonrisa irresistible.
Gothe, es probablemente, el escritor alemán más conocido de todos los tiempos. Gran parte de su vida la dedicó a la redacción de Fausto, su obra cumbre.
En ella nos entrega uno de los grandes prototipos humanos: el hombre dominado por el ansia de alcanzar la felicidad y la sabiduría suprema, por desvelar el sentido de la vida. Fausto es una obra literaria fundamental. Esta pieza teatral escrita en verso.
Monólogo inicial de Fausto
FAUSTO.–Ahora ya, ¡ay!, he estudiado a fondo filosofía, leyes, medicina y por desgracia también teología, con ardoroso esfuerzo. Y ahora me encuentro, ¡pobre de mí!, tan sabio como antes. Me llaman maestro y hasta doctor, y diez años llevo ya zamarreando a mis discípulos, cogidos de la nariz, arriba, abajo, a este lado y al otro…, y veo que no podemos saber nada. Lo cual me achicharra la sangre. Cierto que soy más discreto que todos esos jactanciosos doctores, maestros, escribanos y clérigos; no me quitan el sueño escrúpulos ni dudas y no le tengo miedo ni al infierno ni al diablo…; pero, en cambio, también ha huido de mí toda alegría, no me imagino saber nada a derechas, no me hago la ilusión de poder enseñar nada, ni de mejorar ni convertir a los hombres. Tampoco tengo bienes, ni dinero, ni honor y lustre mundanos; un perro no habría podido aguantar tanto esta vida. Por eso me he consagrado a la magia, a ver si por la fuerza y el verbo del espíritu se me puede revelar más de un misterio, a fin de no tener más necesidad de decir, sudando la gota gorda, aquello que no sé; de reconocer lo que el mundo encierra en su más íntimo meollo, contemplar toda la fuerza operante y las simientes y no seguir atascado en palabras.
Aparición de Mefistófeles
FAUSTO.–¡Échate a los pies de tu amo! ¡Ya ves que no amenazo en balde, que te achicharro en sagrada llama! ¡No aguardes a que por tercera vez te hiera la ardiente luz! ¡No aguardes a que despliegue la más poderosa de mis artes! (Deshácese la bruma y aparece Mefistófeles, vestido a guisa de estudiante andariego, saliendo de detrás de la estufa.)
MEFISTÓFELES.–¿A qué tanto alboroto? ¿Qué se le ofrece al señor?
FAUSTO.–¿Conque eso era lo que tenía dentro el chucho? ¿Un estudiante trotero? El caso me hace reír.
MEFISTÓFELES.–¡Saludo al docto señor! La gota gorda me habéis hecho sudar.
FAUSTO.–¿Cómo te llamas?
MEFISTÓFELES.–Nimia me parece esa pregunta en quien tanto desprecia el verbo y, muy alejado de toda apariencia, solo atiende a la hondura de los seres.
FAUSTO.–En vosotros, caballeros, suele inferirse el ser por el nombre, pues clarísimamente salta a la vista cuando os llaman dios de las moscas, corruptor y embustero. Pero vamos a ver: ¿quién eres tú?
MEFISTÓFELES.–Pues una parte de esa fuerza que siempre quiere el mal y siempre hacía el bien.
FAUSTO.–¿Qué quieres decir con esa adivinanza?
MEFISTÓFELES.–¡Yo soy el espíritu que siempre niega! Y con razón, pues todo cuanto existe es digno de irse al fondo; por lo que sería mejor que nada hubiese. De suerte, pues, que todo eso que llamáis pecado, destrucción, en una palabra, el mal, es mi verdadero elemento.
Firma del pacto
Mefistófeles convence a Fausto de que su diabólico poder le puede proporcionar la plenitud vital que está buscando, siempre y cuando pueda disponer de su espíritu tras su muerte. Fausto acepta:
FAUSTO.–¡Te brindo la apuesta!
MEFISTÓFELES.–¡Acepto!
FAUSTO.–¡Venga esa mano! ¡Diréle al momento: aguarda! ¡Eres tan bello! ¡Luego podrás tú cargarme de cadenas y yo me iré gustoso a pique! ¡Cuando doblen por mí las campanas, quedarás libre de tu servidumbre; cuando el reloj se pare y caiga el minutero, se habrá acabado el tiempo para mí!
MEFISTÓFELES.–Piénsalo bien, que no hemos de olvidarlo.
FAUSTO.–En todo tu derecho estarás, que yo no me he pasado de ligero. Tal como me encuentro, esclavo soy, es decir, tuyo o de quien fuere.
MEFISTÓFELES.–Desde hoy mismo serviré como criado a la mesa del doctor. ¡Pero solo una cosa!… Por si vive o muere, os ruego un par de líneas.
FAUSTO.–¿También exiges un escrito, so pedante? ¿Es que no has conocido a ningún hombre ni de palabra de hombre sabes? ¿No es bastante que mi palabra explícita haya de ir unida a mis días eternamente? […] ¿Qué quieres tú de mí, espíritu malo? ¿Bronce, mármol, pergamino, papel? ¿Quieres que escriba con cincel, escoplo o pluma? A tu elección lo dejo.
MEFISTÓFELES.–¿Cómo puedes exagerar con tanto calor tu locuacidad? Para el caso, cualquier hojilla es buena. La firmarás con una gotita de sangre.
FAUSTO.–Si eso te satisface plenamente, sea por la payasada.
MEFISTÓFELES.–Es la sangre un jugo muy particular.
La taberna de Auerbach
Comienza un peregrinaje de los dos personajes por diversos sitios. Para ello se ayudan de la capa mágica de Mefistófeles, que tiene la capacidad de llevarles a donde deseen.
SIEBEL.–(En tanto Mefistófeles se acerca a su sitio.) Pues yo confieso que no me agrada lo seco; así que dadme un vaso de lo dulce.
MEFISTÓFELES.–(Abriendo el boquete.) En seguida correrá para vos tokay.
ALTMAYER.–¡No, señores, miradme bien a la cara! Bien claro se ve que nos estáis tomando el pelo.
MEFISTÓFELES.–¡Quia! Nada de eso. Con tan nobles huéspedes sería algo atrevido. ¡Pronto! ¡Decid! ¿Qué vino queréis que os sirva?
ALTMAYER.–¡Cualquiera! No me preguntéis más. (Después de hechos y tapados todos los agujeros.)
MEFISTÓFELES.–(Con raros aspavientos.) […] ¡Ahondad en Naturaleza! ¡Y creed en el prodigio! ¡Quitad los tapones y refocilaos!
TODOS.–(Quitando los tapones y dejando correr el vino deseado.) ¡Oh, brava fuente esta que mana!
MEFISTÓFELES.–¡Pero tened cuidado de no desperdiciar gota!
TODOS.–(Cantando.) ¡Oh, qué placer de caníbales! ¡Oh, qué gusto y qué alegría! ¡Como quinientos marranos retozamos a porfía!
MEFISTÓFELES.–¡Libre es el pueblo; mirad qué a gusto se encuentra!
FAUSTO.–Yo querría ya largarme.
MEFISTÓFELES.–Poned antes atención, que la bestialidad va a revelarse ahora de un modo espléndido.
SIEBEL.–(Bebe desatentado y deja caer al suelo el vino, que al punto se convierte en una llama.) ¡Socorro! ¡Fuego! ¡Socorro! ¡Que el infierno está ardiendo!
MEFISTÓFELES.–(Hablando a la llama.) Estate quieto, ¡oh elemento amigo! (A los bebedores.) Por esta vez solo fue una gotita de fuego fatuo.
SIEBEL.–¿Qué es esto? ¡Aguarda! ¡Caro vais a pagarlo! ¡Por lo visto no sabéis con quién tratáis!
Fausto y Margarita
Tras visitar la cocina de una bruja, que prepara un elixir para que Fausto pueda rejuvenecer y conocer el amor, Fausto se encuentra a Margarita en la calle, de la que se queda prendado, y pide ayuda a Mefistófeles para conseguir su amor:
FAUSTO.–Mi linda señorita, ¿podría yo atreverme a ofreceros mi brazo y mi compañía?
MARGARITA.–Ni soy señorita ni linda; puedo ir a casa sin escolta. (Se aparta y vase.)
FAUSTO.–¡Por el cielo, que es hermosa esa chica! ¡Jamás vi nada que se le pareciera! ¡Es tan decente y virtuosa y al mismo tiempo tiene algo de pizpireta! ¡La grana de sus labios, la luz de sus mejillas no las olvidaré en tanto dure el mundo! ¡Al bajar los ojos quedóseme profundamente grabada en el corazón, y el que sea tan reservada viene a colmar su hechizo! (A Mefistófeles, que llega.) Oye: tienes que proporcionarme a esa muchacha.
MEFISTÓFELES.–¿Cuál?
FAUSTO.–La que acaba de pasar por aquí.
MEFISTÓFELES.–¿Esa? Pero si venía ahora del confesor, que la absolvió de todos sus pecados, que yo me escurrí detrás del confesionario. Es una chica la mar de inocente, que ni necesidad tendría de confesarse; sobre ella no tengo yo ningún poder.
FAUSTO.–Sin embargo, ya pasa de los catorce. […]
MEFISTÓFELES.–Ahora, bromas y cuchufletas aparte. Os digo que con esa chica no se puede ir deprisa. Por la tremenda no se consigue ahí nada; hemos de valernos de la astucia.
FAUSTO.–¡Tráeme algo de ese tesoro angelical! ¡Llévame junto a su lecho! ¡Proporcióname una cinta de las que le ciñen el busto, una media de mi adorada!
MEFISTÓFELES.–Para que veáis que me intereso por vuestras cuitas y quiero serviros, no perderemos un instante y hoy mismo os introduciré en su aposento.
Entrevista de Margarita y Mefistófeles
Mefistófeles acompaña a Fausto a la habitación de Margarita para que la contemple, lo cual acrecienta aún más su amor. Mefistófeles deja una caja con joyas en un armario, como un regalo de un admirador secreto. Tras ello, se presenta de nuevo en casa de Margarita, que está acompañada por su prima Marta. Comunica a Marta la muerte de su esposo, y promete traer a alguien (en realidad, a Fausto) que le cuente el fatal desenlace, para que este tenga la oportunidad de hablar con Margarita:
MEFISTÓFELES.–¡Ya lo veis! Pero, en fin, ya murió. Yo, en vuestro lugar, le guardaría luto un añito y luego tendería la vista por ahí en busca de otro tesoro.
MARTA.–¡Ay Dios, qué difícilmente hallaré otro en este mundo que pueda igualarse al primero! Un loco era, sí, pero de buen fondo. Solo que le tiraba demasiado el correr mundo, y las mujeres de otras tierras, y el vino de otros países, y ese maldito juego de los dados.
MEFISTÓFELES.–Bien, bien; la cosa habría podido pasar si él os hubiera tenido que perdonar más o menos lo mismo. Con esa condición os juro no tendría yo reparo en cambiar con vos el anillo.
MARTA.–¡Oh, y qué buen humor tiene el caballero!
MEFISTÓFELES.–(Para sí.) ¡Oh, creo que debo largarme en seguida! Esta tía sería capaz de cogerle al propio diablo la palabra. (A Margarita.) Y vos, ¿cómo tenéis el corazoncito?
MARGARITA.–¿Qué quiere decir el señor con eso?
MEFISTÓFELES.–(Para sí.) ¡Oh, qué niña tan buena e inocente! (Alto.) Bien. ¡Adiós, señoras mías!
MARGARITA.–¡Adiós!
MARTA.–Pero decidme una cosa antes. Yo querría tener un testimonio de dónde, cómo y cuándo murió y está enterrado mi tesoro. Siempre fui amiga del orden y quisiera leer también su esquela mortuoria en los semanarios.
MEFISTÓFELES.–Sí, buena mujer; por boca de dos testigos haremos pública la verdad; pues tengo un compañerito que por vos comparecerá ante el juez. Os lo traeré aquí.
MARTA.–¡Oh, sí, no dejéis de hacerlo!
MEFISTÓFELES.–Y esta jovencita, ¿estará aquí también?… ¡Se trata de un buen chico! Ha corrido mucho mundo y es sumamente cortés con las señoritas.
MARGARITA.–Voy a ponerme colorada delante de este señor.
Condenación de Margarita
La relación entre Fausto y Margarita tiene lugar, lo que indirectamente causa la muerte de la madre de Margarita y de su hermano Valentín; en una iglesia un espíritu le revela que está condenada por sus pecados y que tiene que morir encarcelada.
FAUSTO.–¡Sálvala, o ay de ti! ¡Caiga sobre tu frente la más horrible maldición por espacio de milenios!
MEFISTÓFELES.–Yo no puedo desatar el nudo del vengador ni descorrer sus cerrojos… ¡Sálvala!… ¿Quién fue el que la precipitó en la ruina? ¿Tú o yo? (Fausto mira en torno suyo con ojos de espanto.) ¿Es que vas a echar mano del trueno? ¡Suerte fue que no os fuera dado a vosotros, míseros mortales! ¡Arremeter contra el inocente que les sale al paso es la manera que tienen los tiranos de salir del aprieto!
FAUSTO.–¡Llévame allá! ¡Hay que libertarla!
MEFISTÓFELES.–¿Y el peligro a que te expones? Piensa que todavía tienes tú una deuda de sangre que saldar con la justicia. Sobre el lugar en que cayó la víctima, ciérnense espíritus vengadores y acechan impacientes la vuelta del homicida.
FAUSTO.–¡Que aún digas eso! ¡Caiga sobre ti, ¡oh monstruo!, la sangre de todo un mundo! ¡Llévame allá, te digo, y sálvala!
MEFISTÓFELES.–¡Allá te llevaré, y oye lo que hacer puedo! ¿Tengo yo acaso en mi mano todo el poder del cielo y de la tierra? En bruma envolveré los sentidos del carcelero, le quitaré las llaves y con mano de hombre la sacaré de allí. ¡Yo vigilo! Listos están los mágicos corceles, y en ellos os raptaré. Eso es cuanto hacer puedo.
FAUSTO.–¡Pues vamos allá inmediatamente!
Salvación de Margarita
Fausto y Mefistófeles llegan a la cárcel con la intención de salvarla, pero Margarita rechaza a Mefistófeles, ya que prefiere morir arrepentida para recibir la gracia de Dios.
FAUSTO.–¡Ya está clareando! ¡Alma mía! ¡Amor mío!
MARGARITA.–¡El día! ¡Sí, viene el día! ¡El último día se acerca ya; el día de mi boda debía ser! ¡No le digas a nadie que estuviste con Margarita! ¡Ay de mi ramo de azahar! ¡Ya se acabó! Volveremos a vernos, pero no en el baile, que allí se apretuja la gente, aunque no se la sienta. La plaza, las calles no bastan a contenerla. Llama la campana, estalla el cohete. ¡Cómo me oprimen y zarandean! ¡Ya estoy a dos pasos del patíbulo! ¡Ya corre por todos los cuellos el frío de la cuchilla, que hiende el mío! ¡Mudo está el mundo cual la tumba!
FAUSTO.–¡Oh, si no hubiere yo nacido! (Mefistófeles aparece fuera.)
MEFISTÓFELES.–¡Arriba, o sois perdidos! ¡Inútil titubeo, remilgo y cháchara! Piafan ya mis corceles; la mañana clarea.
MARGARITA.–¿Qué es lo que sube del suelo? ¡Él! ¡Despídele! ¿Qué es lo que ese busca en este santo asilo? ¡Por mí viene!
FAUSTO.–¡Has de vivir!
MARGARITA.–¡Juicio de Dios! ¡A ti me entrego!
MEFISTÓFELES.–(A Fausto.) ¡Ven, ven! Si no, ahí te dejo con ella.
MARGARITA.–¡Tuya soy, oh Padre! ¡Sálvame! ¡Y vosotros, oh ángeles, sagradas legiones, rodeadme y defendedme! ¡Enrique! ¡Horror me inspiras!
MEFISTÓFELES.–¡Juzgada está!
VOZ.–(De lo alto.) ¡Está salvada!
MEFISTÓFELES.–(A Fausto.) ¡Ven conmigo! (Desaparece con Fausto.)
"Fausto" fue compuesta después de haber asistido el autor a una representación de la ópera "Fausto" de Gounod, con la temática de la obra de Goethe, en el Teatro Colón de Buenos Aires, en agosto de 1866, en compañía de familiares y amigos. Allí surgió la idea de escribir la obra a modo festivo, de la visión de la misma por parte de un gaucho. La obra está escrita en lengua gauchesca, con frescura y espontaneidad.
FAUSTO: (Impresiones del gaucho Anastasio El Pollo)
I
En un overo rosao, Flete nuevo y parejito, Caía al bajo, al trotecito, Y lindamente sentao, Un paisano del Bragao, De apelativo Laguna: Mozo jinetazo ¡ahijuna!, Como creo que no hay otro, Capaz de llevar un potro A sofrenarlo en la luna.
¡Ah criollo! si parecía Pegao en el animal, Que aunque era medio bagual, A la rienda obedecía De suerte, que se creería Ser no sólo arrocinao, Sino tamién del recao De alguna moza pueblera. ¡Ah Cristo! ¡quién lo tuviera!... ¡Lindo el overo rosao!
Como que era escarciador, Vivaracho y coscojero, Le iba sonando al overo La plata que era un primor; Pues eran plata el fiador, Pretal, espuelas, virolas Y en las cabezadas solas Traiba el hombre un Potosí: ¡Qué!... Si traía, para mí, Hasta de plata las bolas.
En fin: -como iba a contar, Laguna al río llegó, Contra una tosca se apió Y empezó a desensillar. En esto, dentró a orejiar Y a resollar el overo, Y jué que vido un sombrero Que del viento se volaba De entre una ropa, que estaba Más allá, contra un apero.
Dió güelta y dijo el paisano: -¡Vaya "Záfiro"! ¿qué es eso? Y le acarició el pescuezo Con la palma de la mano. Un relincho soberano Pegó el overo que vía, A un paisano que salía Del agua, en un colorao, Que al mesmo overo rosao Nada le desmerecía.
Cuando el flete relinchó, Media güelta dió Laguna, Y ya pegó el grito: -¡ahijuna! ¿No es el Pollo? -Pollo, no, Ese tiempo se pasó. (Contestó el otro paisano), Ya soy jaca vieja, hermano, Con las púas como anzuelo, Y a quien ya le niega el suelo Hasta el más remoto grano.
Se apió el Pollo y se pegaron Tal abrazo con Laguna, Que sus dos almas en una Acaso se misturaron.
Cuando se desenredaron, Después de haber lagrimiao El overito rosao Una oreja se rascaba Visto que la refregaba En la clin del colorao.
-Velay, tienda el cojinillo Don Laguna, sientesé Y un ratito aguardemé Mientras maneo el potrillo: Vaya armando un cigarrillo, Si es que el vicio no ha olvidao, Ahí tiene contra el recao Cuchillo, papel y un naco: Yo siempre pico el tabaco Por no pitarlo aventao.
-Vaya amigo, le haré gasto... -¿No quiere maniar su overo? -Dejeló a mi parejero Que es como mata de pasto. Ya una vez, cuando el abasto, Mi cuñao se desmayó; A los tres días volvió Del insulto, y crea amigo, Peligra lo que le digo: El flete ni se movió.
- ¡ Bien haiga gaucho embustero! ¿ Sabe que no me esperaba Que soltase una guayaba De ese tamaño, aparcero? Ya colijo que su overo Está tan bien enseñao, Que si en vez de desmayao El otro hubiera estao muerto, El fin del mundo, por cierto, Me lo encuentra allí parao.
-Vean como le buscó La güelta... ¡bien haiga el Pollo! Siempre larga todo el rollo De su lazo... ¡Y cómo no! ¿O se ha figurao que yo Asina nomás las trago? ¡Hágase cargo!... -Ya me hago...
-Prieste el juego. -Tómelo. Y aura le pregunto yo ¿Qué anda haciendo en este pago? -Hace como una semana Que he bajao a la ciudá, Pues tengo necesidá De ver si cobro una lana, Pero me andan con mañana Y no hay plata, y venga luego. Hoy no más cuasi le pego En las aspas con la argolla A un gringo, que aunque es de embrolla Ya le he maliciao el juego.
-Con el cuento de la guerra Andan matreros los cobres, Vamos a morir de pobres Los paisanos de esta tierra.- Yo cuasi he ganao la sierra De puro desesperao... Yo me encuentro tan cortao Que a veces se me hace cierto Que hasta ando jediendo a muerto...
-Pues yo me hallo hasta empeñao. - ¡Vaya un lamentarse! ¡ahijuna!... Y eso es de vicio, aparcero: A usté lo ha hecho su ternero La vaca de la fortuna. Y no llore, Don Laguna, No me lo castigue Dios: Si no comparemolós Mis tientos con su chapiao, Y así en limpio habrá quedao, El más pobre de los dos.
-¡Vean si es escarbador Este Pollo! ¡Virgen mía! Si es pura chafalonía... -¡Eso sí, siempre pintor! -Se la gané a un jugador Que vino a echarla de güeno. Primero le gané el freno Con riendas y cabezadas, Y en otras cuantas jugadas Perdió el hombre hasta lo ajeno.
¿Y sabe lo que decía Cuando se vía en la mala? El que me ha pelao la chala Debe tener brujería. A la cuenta se creería Que el Diablo y yo... ¡Callesé! ¿Amigo, no sabe usté Que la otra noche lo he visto Al demonio? -¡Jesucristo! -Hace bien, santigüesé, -¡Pues no me he de santiguar!
Con esas cosas no juego; Pero no importa, le ruego Que me dentre a relatar El cómo llegó a topar Con el malo. ¡Virgen santa! Sólo el pensarlo me espanta... -Güeno, le voy a contar Pero antes voy a buscar Con qué mojar la garganta.
El Pollo se levantó Y se jué en su colorao, Y en el overo rosao Laguna al agua dentró. Todo el baño que le dió Jué dentrada por salida Y a la tosca consabida Don Laguna se volvió Ande a Don Pollo lo halló Con un frasco de bebida.
-Larguesé al suelo, cuñao Y vaya haciéndose cargo, Que puede ser más que largo El cuento que le he ofertao. Desmanée el colorao, Desate su maniador, Y en ancas, haga el favor De acollararlos... -Al grito: ¿Es manso el coloradito? -¡Ese es un trebo de olor!
-Ya están acollaraditos... -Dele un beso a esa giñebra: Yo le hice sonar de una hebra Lo menos diez golgoritos... -Pero esos son muy poquitos Para un criollo como usté, Capaz de prenderselé A una pipa de lejía... -Hubo un tiempo en que solía... -Vaya, amigo, larguesé.
II
-Como a eso de la oración Aura cuatro o cinco noches, Vide una fila de coches Contra el tiatro de Colón.
La gente en el corredor, como hacienda amontonada, Pujaba desesperada Por llegar al mostrador.
Allí a juerza de sudar, Y a punta de hombro y de codo, Hice, amigaso, de modo Que al fin me pude arrimar. Cuando compré mi dentrada Y di güelta... ¡Cristo mío! Estaba pior el gentío Que una mar alborotada.
Era a causa de una vieja Que le había dao el mal... -Y si es chico ese corral, ¿ A qué encierran tanta oveja? -Ahí verá: -por fin, cuñao, A juerza de arrempujón, Salí como mancarrón Que lo sueltan trasijao.
Mis botas nuevas quedaron Lo propio que picadillo, Y el fleco del calzoncillo Hilo a hilo me sacaron.
Y para colmo, cuñao De toda esta desventura, El puñal, de la cintura, Me lo habían refalao.
-Algún gringo como luz Para la uña, ha de haber sido. -¡Y no haberlo yo sentido! En fin, ya le hice la cruz.
Medio cansao y tristón Por la pérdida, dentré Y una escalera trepé Con ciento y un escalón.
Llegué a un alto finalmente, Ande va la paisanada, Que era la última camada En la estiba de la gente.
Ni bien me había sentao, Rompió de golpe la banda, Que detrás de una baranda La habían acomodao.
Y ya tamién se corrió Un lienzo grande, de modo Que a dentrar con flete y todo Me aventa, creameló.
Atrás de aquel cortinao Un Dotor apareció, Que asigún oí decir yo, Era un tal Fausto mentao.
-¿Dotor dice? Coronel De la otra banda, amigaso; Lo conozco a ese criollaso Porque he servido con él.
-Yo tamién lo conocí Pero el pobre ya murió. ¡Bastantes veces montó Un zaino que yo le di!
Dejeló al que está en el cielo Que es otro Fausto el que digo, Pues bien puede haber, amigo, Dos burros del mesmo pelo.
-No he visto gaucho más quiebra, Para retrucar ¡ahijuna!... Dejemé hacer, Don Laguna, Dos gárgaras de giñebra.
Pues como le iba diciendo, El Dotor apareció, Y en público se quejó De que andaba padeciendo.
Dijo que nada podía Con la cencia que estudió, Que él a una rubia quería, Pero que a él la rubia no.
Que al ñudo la pastoriaba Dende el nacer de la aurora, Pues de noche y a toda hora Siempre tras de ella lloraba. Que de mañana a ordeñar Salía muy currutaca, Que él le maniaba la vaca, Pero pare de contar.
Que cansado de sufrir, Y cansado de llorar, Al fin se iba a envenenar Porque eso no era vivir.
El hombre allí renegó, Tiró contra el suelo el gorro, Y, por fin, en su socorro Al mesmo Diablo llamó.
¡Nunca lo hubiera llamao! ¡Viera sustaso, por Cristo! ¡Ahí mesmo jediendo a misto, Se apareció el condenao
Hace bien: persinesé Que lo mesmito hice yo. -¿Y cómo no disparó? -Yo mesmo no sé porqué.
¡Viera al Diablo! Uñas de gato, Flacón, un sable largote, Gorro con pluma, capote Y una barba de chivato.
Medias hasta la berija, Con cada ojo como un charco, Y cada ceja era un arco Para correr la sortija.
"Aquí estoy a su mandao, Cuente con un servidor", Le dijo el Diablo al Dotor, Que estaba medio asonsao.
"Mi Dotor, no se me asuste Que yo lo vengo a servir. Pida lo que ha de pedir Y ordenemé lo que guste".
El Dotor, medio asustao, Le contestó que se juese... -Hizo bien: ¿ no le parece? -Dejuramente, cuñao.
Pero el Diablo comenzó A alegar gastos de viaje Y a medio darle coraje Hasta que lo engatusó.
-¿No era un Dotor muy projundo? ¿Cómo se dejó engañar? -Mandinga es capaz de dar Diez güetas a medio mundo.
El Diablo volvió a decir: "Mi dotor, no se me asuste, Ordenemé en lo que guste, Pida lo que ha de pedir.
Si quiere plata, tendrá: Mi bolsa siempre está llena, Y más rico que Anchorena, Con decir quiero, será.
No es por la plata que lloro, Don Fausto le contestó: Otra cosa quiero yo Mil veces mejor que el oro.
"Yo todo lo puedo dar, Retrucó el Ray del Infierno, Diga: -¿quiere ser Gobierno? Pues no tiene más que hablar".
-No quiero plata ni mando, Dijo Don Fausto, yo quiero El corazón todo entero De quien me tiene penando.
No bien esto el Diablo oyó, Soltó una risa tan fiera, Que toda la noche entera En mis orejas sonó.
Dio en el suelo una patada, Una paré se partió, Y el Dotor, fulo, miró A su prenda idolatrada.
-¡Canejo!... ¿será verdá? ¿Sabe que se me hace cuento? -No crea que yo le miento: Lo ha visto media ciudá.
¡Ah, Don Laguna! ¡si viera Qué rubia!... Creameló: Creí que estaba viendo yo Alguna virgen de cera.
Vestido azul, medio alzao, Se apareció la muchacha: Pelo de oro, como hilacha De choclo recién cortao.
Blanca como una cuajada, Y celeste la pollera, Don Laguna, si aquello era Mirar a la Inmaculada.
Era cada ojo un lucero, Sus dientes, perlas del mar, Y un clavel al reventar Era su boca, aparcero.
Ya enderezó como loco El Dotor cuando la vió, Pero el Diablo lo atajó Diciendolé: -"Poco a poco:
Si quiere, hagamos un pato; Usté su alma me ha de dar Y en todo lo he de ayudar. ¿Le parece bien el trato?"
Como el Dotor consintió, El Diablo sacó un papel Y lo hizo firmar en él Cuanto la gana le dió.
-¡Dotor, y hacer ese trato! -¿Qué quiere hacerle, cuñao Si se topó ese abogao Con la horma de su zapato?
Ha de saber que el Dotor Era dentrao en edá, Asma es que estaba ya Bichoco para el amor.
Por eso, al dir a entregar La contrata consabida, Dijo:-"¿Habrá alguna bebida Que me pueda remozar?"
Yo no sé qué brujería, Misto, mágica o polvito Le echó el Diablo y... ¡ Dios bendito! ¡Quién demonios lo creería!
Por eso, al dir a entregar La contrata consabida, Dijo:-"¿Habrá alguna bebida Que me pueda remozar?"
Yo no sé qué brujería, Misto, mágica o polvito Le echó el Diablo y... ¡ Dios bendito! ¡Quién demonios lo creería!
-¿Qué dice?... ¡barbaridá!... ¡Cristo padre!... ¿Será cierto? -Mire: que me caiga muerto Si no es la pura verdá.
El Diablo entonces mandó A la rubia que se juese Y que la paré se uniese, Y la cortina cayó.
A juerza de tanto hablar Se me ha secao el garguero: Pase el frasco, compañero. -¡Pues no se lo he de pasar!
III
-Vea los pingos... -¡Ah, hijitos! Son dos fletes soberanos. -¡Como si jueran hermanos Bebiendo la agua juntitos!
¿Sabe que es linda la mar? -¡La viera de mañanita Cuando a gatas la puntita Del sol comienza a asomar!
Usté ve venir a esa hora, Roncando la marejada, Y ve la espuma encrespada Los colores de la aurora.
A veces con viento en la anca, Y con la vela al solsito, Se ve cruzar un barquito Como una paloma blanca.
Otras, usté ve, patente, Venir boyando un islote, Y es que trai a un camalote Cabrestiando la corriente.
Y con un campo quebrao, Bien se puede comparar, Cuando el lomo empieza a hinchar El río medio alterao.
Las olas chicas, cansadas, A la playa a gatas vienen, Y allí en lamber se entretienen
Las arenitas labradas. Es lindo ver en los ratos En que la mar ha bajao, Cair volando al desplayao Gaviotas, garzas y patos.
Y en las toscas, es divino, Mirar las olas quebrarse, Como al fin viene a estrellarse El hombre con su destino.
Y no sé qué da el mirar Cuando barrosa y bramando, Sierras de agua viene alzando Embravecida la mar.
Parece que el Dios del cielo Se amostrase retobao, Al mirar tanto pecao Como se ve en este suelo.
Y es cosa de bendecir, Cuando el Señor la serena, Sobre ancha cama de arena Obligándola a dormir.
Y es muy lindo ver nadando A flor de agua algún pescao: Van, como plata, cuñao, Las escamas relumbrando.
-¡Ah, Pollo! Ya comenzó A meniar taba: ¿y el caso? -Dice muy bien amigazo: Seguiré contandoló.
El lienzo otra vez alzaron Y apareció un bodegón, Ande se armó una runión En que algunos se mamaron.
Un don Valentín, velay, Se hallaba allí en la ocasión, Capitán muy guapetón Que iba a dir al Paraguay.
Era hermano, el ya nombrao, De la rubia y conversaba Con otro mozo que andaba Viendo de hacerlo cuñao.
Don Silverio o cosa así, Se llamaba este individuo, Que me pareció medio ido O sonso cuanto lo vi.
Don Valentín le pedía Que a la rubia la sirviera En su ausencia... -¡Pues, sonsera! ¡El otro qué más quería!
-El Capitán con su vaso, A los presentes brindó, Y en esto se apareció De nuevo el Diablo, amigaso.
Dijo que si lo almitían Tamién echaría un trago, Que era por no ser del pago
Que allí no lo conocían. Dentrando en conversación Dijo el Diablo que era brujo: Pidió un ajenjo, y lo trujo El mozo del bodegón.
No tomo bebida sola, Dijo el Diablo; se subió A un banco y vi que le echó Agua de una cuarterola.
Como un tiro de jusil Entre la copa sonó, Y a echar llamas comenzó Como si juera un candil.
Todo el mundo reculó. Pero el Diablo sin turbarse Les dijo: -No hay que asustarse, Y la copa se empinó.
-¡Qué buche! ¡Dios soberano! -Por no parecer morao El capitán jué, cuñao, Y le dio al Diablo la mano.
Satanás le registró Los dedos con grande afán Y le dijo: -Capitán, Pronto muere, crealó.
El Capitán, retobao, Peló la lata, y Luzbel No quiso ser menos que él Y peló un amojosao.
Antes de cruzar su acero, El Diablo el suelo rayó: ¡Viera el juego que salió! -¡Qué sable para yesquero!
-¿Qué dice? ¡Había de oler El jedor que iba largando Mientras estaba chispiando El sable de Lucifer!
No bien a tocarse van Las hojas, creameló, La mitá al suelo cayó, Del sable del Capitán.
"¡Este es el Diablo en figura De hombre!", el Capitán gritó Y al grito le presentó La cruz de la empuñadura.
¡Viera al Diablo retorcerse Como culebra, aparcero! -¡Oiganlé!... -Mordió el acero Y comenzó a estremecerse.
Los otros se aprovecharon Y se apretaron el gorro: Sin duda a pedir socorro O a dar parte dispararon.
En esto don Fausto entró Y conforme al Diablo vido, Le dijo: -¿Qué ha sucedido? Pero él se desentendió.
El Dotor volvió a clamar Por su rubia, y Lucifer, Valido de su poder, Se la volvió a presentar.
Pues que golpeando en el suelo. En un baile apareció Y don Fausto le pidió Que lo acompañase a un cielo.
No hubo forma que bailara: La rubia se encaprichó; De balde el Dotor clamó Por que no lo desairara.
Cansao ya de redetirse Le contó al Demonio el caso; Pero él le dijo: "Amigaso, No tiene porqué afligirse:
Si en el beile no ha alcanzao El poderla arrocinar, Deje, le hemos de buscar La güelta por otro lao.
Y mañana, a más tardar, Gozará de sus amores. Que otras mil veces mejores Las he visto cabrestiar."
¡Balsa general! gritó El bastonero mamao; Pero en esto el cortinao Por segundo vez cayó.
Armemos un cigarrillo Si le parece... -¡Pues no! -Tome el naco, piqueló, Usté tiene mi cuchillo.
IV
Ya se me quiere cansar El flete de mi relato... -Priendalé guasca otro rato: Recién comienza a sudar.
-No se apure: aguardesé: ¿Cómo anda el frasco?... -Tuavía Hay con que hacer medio día: Ahí lo tiene, prendalé.
-¿Sabe que este giñebrón No es para beberlo solo? Si alvierto, traigo un chicholo O un cacho de salchichón.
-Vaya, no le ande aflojando, Dele trago y domeló, Que a reiz de las carnes yo Me lo estoy acomodando.
-¿Qué tuavía no ha almorzao? -Ando en ayunas, don Pollo: Porque, ¿a qué contar un bollo Y un cimarrón aguachao?
Tenía hecha la intención De ir a la fonda de un gringo Después de bañar el pingo. -Pues vámonos del tirón.
-Aunque ando medio delgao Don Pollo, no le permito Que me merme ni un chiquito Del cuento que ha comenzao.
-Pues entonces allá va: Otra vez el lienzo alzaron Y hasta mis ojos dudaron Lo que vi... ¡barbaridá!
¡Qué quinta! ¡Virgen bendita! ¡Viera, amigaso, el jardín! Allí se vía el jazmín, El clavel, la margarita,
El toronjil, la retama, Y hasta estuatas, compañero, Al lao de ésa, era un chiquero La quinta de don Lezama.
Entre tanta maravilla Que allí había y medio a un lao Habían edificao Una preciosa casilla.
Allí la rubia vivía Entre las flores como ella, Allí brillaba esa estrella Que el pobre Dotor seguía.
Y digo pobre Dotor, Porque pienso, Don Laguna, Que no hay desgracia ninguna Como un desdichao amor.
-Puede ser; pero, amigaso, Yo en las cuartas no me enriedo, Y en un lance en que no puedo, Hago de mi alma un cedaso.
Por hembras yo no me pierdo: La que me empaca su amor Pasa por el cernidor Y... si te vi, no me acuerdo.
Lo demás, es calentarse El mate al divino ñudo... -¡Feliz quien tenga ese escudo Con qué poder rejuardarse!
Pero usté habla, don Laguna, Como un hombre que ha vivido Sin haber nunca querido Con alma y vida a ninguna.
Cuando un verdadero amor Se estrella en un alma ingrata, Más vale el fierro que mata, Que el fuego devorador,
Siempre ese amor lo persigue Adonde quiera que va: Es una fatalidá Que a todas partes lo sigue.
Si usté en su rancho se queda, O si sale para un viage, Es de balde: no hay parage Ande olvidarla usté pueda.
Cuando duerme todo el mundo, Usté, sobre su recao, Se da güelta, desvelao, Pensando en su amor projundo.
Y si el viento hace sonar Su pobre techo de paja, Cree usté que es ella que baja Sus lágrimas a secar.
Y si en alguna lomada Tiene que dormir al raso, Pensando en ella, amigaso, Lo hallará la madrugada.
Allí acostao sobre abrojos, Y entre cardos, Don Laguna, Verá su cara en la luna, Y en las estrellas sus ojos.
¿Qué habrá que no le recuerde Al bien de su alma querido, Si hasta cree ver su vestido En la nube que se pierde?
Asina sufre en la ausiencia Quien sin ser querido quiere: Aura verá cómo muere De su prenda en la presencia.
Si en frente de esa deidad En alguna parte se halla, Es otra nueva batalla Que el pobre corazón da.
Si con la luz de sus ojos Le alumbra la triste frente, Usté, Don Laguna, siente El corazón entre abrojos.
Su sangre comienza alzarse A la cabeza en tropel, Y cree que quiere esa cruel En su amargura gozarse.
Y si la ingrata le niega Esa ligera mirada, Queda su alma abandonada Entre el dolor que la aniega.
Y usté, firme en su pasión... Y van los tiempos pasando. Un hondo surco dejando En su infeliz corazón.
-Güeno, amigo, así será, Pero me ha sentao el cuento. -¡Qué quiere! Es un sentimiento... Tiene razón, allá va:
Pues, señor, con gran misterio, Traindo en la mano una cinta, Se apareció entre la quinta El sonso de don Silverio.
Sin duda alguna saltó Las dos zanjas de la güerta, Pues esa noche su puerta La mesma rubia cerró.
Rastriándolo se vinieron El Demonio y el Doctor Y tras dos árbol mayor A aguaitarlo se escondieron.
Con las flores de la güerta Y la cinta, un ramo armó Don Silverio, y lo dejó Sobre el umbral de la puerta.
-¡Que no cairle una centella! -¿A quién? ¿Al sonso? -¡Pues digo!... ¡Venir a osequiarla, amigo, Con las mesmas flores de ella.
-Ni bien acomodó el guacho Ya rumbió... -¡Miren qué hazaña! Eso es ser más que lagaña Y hasta da rabia, caracho!
-El Diablo entonces salió Con el Dotor y le dijo "Esta vez priende de fijo La vacuna, crealó.
Y el capote haciendo a un lao, desenvainó allí un baulito Y jué y lo puso juntito Al ramo del abombao.
-No me hable de ese mulita: ¡Que apunte para una banca! ¿ A que era mágica blanca Lo que trujo en la cajita?
-Era algo más eficaz Para las hembras, cuñao, Verá si las ha calao De lo lindo Satanás.
Tras del árbol se escondieron Ni bien cargaron la mina, Y más que nunca, divina, Venir a la rubia vieron.
La pobre, sin alvertir, En un banco se sentó, Y un par de medias sacó Y las comenzó a surcir.
Cinco minutos, por junto, En las medias trabajó, Por lo que carculo yo Que tendrían solo un punto.
Dentró a espulgar a un rosal, Por la hormiga consumido. Y entonces jué cuando vido Caja y ramo en el umbral.
Al ramo no le hizo caso, Enderezó a la cajita, Y sacó... ¡Virgen bendita! ¡ Viera qué cosa, amigaso!
¡Qué anillo, que prendedor! ¡Qué rosetas soberanas! ¡Qué collar! ¡Qué carabanas! -¡Vea el Diablo tentador!
-¿No le dije, don Laguna? La rubia allí se colgó Las prendas, y aparecio Más platiada que la luna.
En la caja, Lucifer Había puesto un espejo... -¿Sabe que el Diablo, canejo, La conoce a la mujer?
-Cuando la rubia gastaba Tanto mirarse la luna, Se apareció, don Laguna, La vieja que la cuidaba.
¡Viera la cara, cuñao, De la vieja al ver brillar Como reliquias de altar Las prendas del condenao!
"¡Diaónde este lujo sacás!" La vieja, fula, decía, Cuando gritó: -"¡Avemaría!" En la puerta, Satanás.
-"¡Sin pecao! ¡Dentre, señor!" -"¿No hay perros?" - "¡Ya los [ataron!" Y ya también se colaron El Demonio y el Dotor.
El Diablo allí comenzó A enamorar a la vieja Y el dotorcito a la oreja De la rubia se pegó.
-¡Vea al Diablo haciendo gancho! -El caso jué que logró Reducirla y la llevó A que le amostrase un chancho.
-¿Por supuesto, el Dotorcito Se quedó allí mano a mano? -Dejuro, ya verá, hermano, La liendre que era el mocito.
Corcobió la rubiecita Pero al fin se sosegó, Cuando el Dotor le contó Que él era el de la cajita.
Asigún lo que presumo, La rubia aflojaba laso, Porque el Dotor, amigaso, Se le quería ir al humo.
La rubia lo malició Y por entre las macetas Le hizo unas cuantas gambetas Y la casilla ganó.
El Diablo tras de un rosal, Sin la vieja apareció.. -¡A la cuenta la largó Jediendo entre algún maizal!
-La rubia, en vez de acostarse Se lo pasó en la ventana, Y allí aguardó la mañana Sin pensar en desnudarse.
Ya la luna se escondía Y el lucero se apagaba, Y ya también comenzaba A venir clariando el día.
¿No ha visto usté de un yesquero Loca una chispa salir, Como dos varas seguir Y de ahí perderse, aparcero?
Pues de ese modo cuñao, Caminaban las estrellas A morir, sin quedar de ellas Ni un triste rastro borrao.
De los campos el aliento Como sahumerio venía, Y alegre ya se ponía El ganao en movimiento.
En los verdes arbolitos, Gotas de cristal brillaban, Y al suelo se descolgaban Cantando los pajaritos
Y era, amigaso, un contento Ver los junquillos doblarse Y los claveles cimbrarse Al soplo del manso viento.
Y al tiempo de reventar El botón de alguna rosa, Venir una mariposa Y comenzarlo a chupar.
Y si se pudiera al cielo Con un pingo comparar. Tamién podría afirmar Que estaba mudando pelo.
-¡No sea bárbaro canejo! ¡Qué comparancia tan fiera! -No hay tal: pues de zaino que era Se iba poniendo azulejo.
¿Cuando ha dao un madrugón No ha visto usté, embelesao, Ponerse blanco-azulao El más negro ñubarrón?
-Dice bien, pero su caso Se ha hecho medio empacador... -Aura viene lo mejor, Pare la oreja, amigaso.
El Diablo dentró a retar Al Dotor, y entre el responso, Le dijo: "¿Sabe que es sonso? ¿Pa qué la dejó escapar?"
"Ahí la tiene en la ventana: Por suerte no tiene reja, Y antes que venga la vieja Aproveche la mañana".
Don Fausto ya atropelló Diciendo -"¡Basta de ardiles!" La cazó de los cuadriles Y ella... ¡también lo abrazó!
-¡Oiganlé a la dura! -En esto Bajaron el cortinao: Alcance el frasco, cuñao. -A gatas le queda un resto.
V
-Al rato el lienzo subió Y deshecha y lagrimiando, Contra una máquina hilando, La rubia se apareció.
La pobre dentró a Tan amargamente allí, Que yo a mis ojos sentí Dos lágrimas asomarse
- ¡ Qué vergüenza! -Puede ser: Pero, amigaso, confiese Que a usté tamién lo enternece El llanto de una mujer.
Cuando a usté un hombre lo ofiende, Ya sin mirar para atrás, Pela el flamenco y ¡sas! ¡tras! Dos puñaladas le priende.
Y cuando la autoridá La partida le ha soltao, Usté en su overo rosao Bebiendo los vientos va.
Naides de usté se despega Porque se haiga desgraciao, Y es muy bien agasajao En cualquier rancho a que llega.
Si es hombre trabajador Ande quiera gana el pan: Para eso con usté van Bolas, lazo y maniador.
Pasa el tiempo, vuelve al pago Y cuanto más larga ha sido Su ausencia, usté es recebido Con más gusto y más halago. Engaña usté a una infeliz, Y para mayor vergüenza, Va y le cerdea la trenza, Antes de hacerse perdiz.
La ata, si le da la gana En la cola de su overo Y le amuestra al mundo entero La trenza de ña Julana.
Si ella tuviese un hermano, Y en su rancho miserable Hubiera colgao un sable, Juera otra cosa, paisano.
Pero sola y despreciada En el mundo, ¿ qué ha de hacer? ¿A quién la cara volver? ¿Ande llevar la pisada?
Soltar al aire su queja Será su solo consuelo, Y empapar con llanto el pelo Del hijo que usté le deja. Pues ese dolor projundo A la rubia la secaba Y por eso se quejaba Delante de todo el mundo.
Aura, confiese, cuñao, Que el corazón más calludo Y el gaucho más entrañudo Allí habría lagrimiao. ¿Sabe que me ha sucedido De lo lindo el corazón? Vea, si no, el lagrimón Que al oirlo se me ha salido! -¡Oirganlé!
-Me ha redotao. ¡No guarde rencor, amigo! -Si es en broma que le digo... -Siga su cuento, cuñao.
-La rubia se arrebozó Con un pañuelo ceniza, Diciendo que se iba a misa Y puerta ajuera salió.
Y crea usté lo que guste Porque es cosa de dudar... ¡Quién había de esperar Tan grande desbarajuste!
Todo el mundo estaba ageno De lo que allí iba a pasar, Cuando el Diablo hizo sonar Como un pito de sereno.
Una iglesia apareció En menos que canta un gallo. -¡Vea si dentra a caballo! -¡Me larga, creameló!
Creo que estaban alzando En una misa cantada, Cuando aquella desgraciada Llegó a la puerta llorando.
Allí la pobre cayó De rodillas sobre el suelo, Alzó los ojos al cielo Y cuatro credos rezó.
Nunca he sentido más pena Que al mirar a esa mujer: Amigo: aquello era ver A la mesma Magalena.
De aquella rubia rosada Ni rastro había quedao: Era un clavel marchitao, Una rosa deshojada.
Su frente que antes brilló Tranquila como la luna, Era un cristal, don Laguna, Que la desgracia enturbió.
Ya de sus ojos hundidos Las lágrimas se secaban Y entre-temblando rezaban Sus labios descoloridos.
Pero el Diablo la uña afila, Cuando está desocupao, Y allí estaba el condenao A una vara de la pila. La rubia quiso dentrar, Pero el Diablo la atajó, Y tales cosas le habló Que la obligó a disparar.
Cuasi le da el acidente Cuando a su casa llegaba: La suerte que le quedaba En la vedera de enfrente.
Al rato el Diablo dentró Con don Fausto muy del brazo Y una guitarra, amigaso, Ahí mesmo desenvainó.
-¿Qué me dice, amigo Pollo? -Como lo oye, compañero; El Diablo es tan guitarrero Como el paisano más criollo.
El sol ya se iba poniendo, La claridá se ahuyentaba Y la noche se acercaba Su negro poncho tendiendo.
Ya las estrellas brillantes Una por una salían, Y los montes parecían Batallones de gigantes.
Ya las ovejas balaban En el corral prisioneras, Y ya las aves caseras Sobre el alero ganaban.
El toque de la oración triste los aires rompía Y entre sombras se movia El crespo sauce llorón.
Ya sobre el agua estancada De silenciosa laguna, Al asomarse, la luna, Se miraba retratada.
Y haciendo un estraño ruido En las hojas trompezaban Los pájaros que volaban A guarecerse en su nido. Ya del sereno brillando La hoja de la higuera estaba, Y la lechuza pasaba De trecho en trecho chillando.
La pobre rubia, sin duda, En llanto se deshacía, Y rezando a Dios pedía Que le emprestase su ayuda.
Yo presumo que el Dotor, Hostigao por Satanás, Quería otras hojas más De la desdichada flor.
A la ventana se arrima Y le dice el condenao: "Dele no más sin cuidao Aunque reviente la prima".
El diablo a gatas tocó Las clavijas, y al momento, Como un arpa, el istrumento De tan bien templao sonó.
-Tal vez lo traiba templao Por echarla de baquiano... -Todo puede ser, hermano, Pero ¡oyese al condenao!
Al principio se florió Con un lindo bordoneo Y en ancas de aquel floreo Una décima cantó.
No bien llegaba al final De su canto, el condenao, Cuando el Capitán, armao Se apareció en el umbral.
-Pues yo en campaña lo hacía... -Daba la casualidá Que llegaba a la ciudá En comisión, ese día. -Por supuesto, hubo fandango... -La lata ahí no más peló Y al infierno le aventó De un cintarazo el changango.
-¡Lindo el mozo! -¡Pobrecito! -¿Lo mataron? -Ya verá: Peló un corbo el Dotorcito Y el Diablo... ¡barbaridá!
Desenvainó una espadita Como un viento; lo embasó Y allí no más ya cayó El pobre... -¡Anima bendita!
-A la trifulca y al ruido En montón la gente vino... -¿Y el Dotor y el asesino? -Se habían escabullido.
La rubia tamién bajó Y viera aflición, paisano, Cuando el cuerpo de su hermano Bañao en sangre miró.
A gatas medio alcanzaron A darse una despedida, Porque en el cielo, sin vida, Sus dos ojos se clavaron.
Bajaron el cortinao, De lo que yo me alegré: -Tome el frasco, prendalé. -Sírvase no más, cuñao.
VI
-¡Pobre rubia! Vea usté Cuánto ha venido a sufrir: Se le podía decir: ¡Quién te vido y quién te ve!
-Ansí es el mundo, amigaso: Nada dura, don Laguna, Hoy nos ríe la fortuna. Mañana nos da un guascaso.
Las hembras en mi opinión Train un destino más fiero Y si quiere, compañero, Le haré una comparación.
Nace una flor en el suelo, Una delicia es cada hoja, Y hasta el rocío la moja Como un bautismo del cielo.
Allí está ufana la flor, Linda, fresca y olorosa: A ella va la mariposa, A ella vuela el picaflor.
Hasta el viento pasajero Se prenda al verla tan bella, Y no pasa por sobre ella Sin darle un beso prinicro.
¡Lástima causa esa flor Al verla tan consentida! Cree que es tan larga su vida Como fragante su olor.
Nunca vio el rayo que raja A la renegrida nube, Ni ve al gusano que sube, Ni al fuego del sol que baja.
Ningún temor en el seno De la pobrecita cabe, Pues que se hamaca, no sabe, Entre el fuego y el veneno.
Sus tiernas hojas despliega Sin la menor desconfianza, Y el gusano ya la alcanza... Y el sol de las doce llega...
Se va el sol abrasador, Pasa a otra planta el gusano Y la tarde encuentra, hermano, El cadáver de la flor.
Piense en la rubia, cuñao, Cuando entre flores vivía Y diga si presumía Destino tan desgraciao.
Usté que es alcanzador Afijesé en su memoria Y diga: ¿es igual la historia De la rubia y de la flor?
-Se me hace tan parecida Que ya más no puede ser. -Y hay más: le falta que ver A la rubia en la crujida
-¿Qué me cuenta? ¡Desdichada! -Por última vez se alzó El lienzo y aparecio En la cárcel encerrada.
-¿Sabe que yo no colijo El por qué de la prisión? -Tanto penar, la razón Se le jué y mató al hijo. Ya la habían sentenciao A muerte, a la pobrecita, Y en una negra camita Dormía un sueño alterao.
Y a redoblaba el tambor, Y el cuadro ajuera formaban Cuando al calabozo entraban El Demonio y el Dotor.
-¡Veanló al Diablo si larga Sus presas así no más! ¿A qué anduvo Satanás Hasta oír sonar la descarga?
-Esta vez se le chingó El cuete y ya lo verá.. -Priendalé al cuento, que ya No lo vuelvo a atajar yo. -Al dentrar hicieron ruido Creo que con los cerrojos: Abrió la rubia los ojos Y allí contra ella los vido.
La infeliz ya trastornada A causa de tanta herida, Se encontraba en la crujida Sin darse cuenta de nada.
Al ver venir al Dotor Ya comenzó a disvariar, Y hasta le quiso cantar Unas décimas de amor.
La pobrecita soñaba Con sus antiguos amores, Y creía mirar sus flores En los fierros que miraba. Ella creía que como antes, Al dir a regar su güerta, Se encontraría en la puerta Una caja con diamantes.
Sin ver que en su situación La caja que la esperaba, Era la que redoblaba Antes de la ejecución.
Redepente se afijó En la cara de Luzbel: Sin duda al malo vio en é1, Porque allí muerta cayó.
Don Fausto al ver tal desgracia De rodillas cayó al suelo, Y dentró a pedir al cielo La recibiese en su gracia.
Allí el hombre arrepentido De tanto mal que había hecho, Se daba golpes de pecho Y lagrimeaba aflijido.
En dos pedazos se abrió La paré de la crujida Y no es cosa de esta vida Lo que allí se apareció.
Y no crea que es historia: Yo vi entre una nubecita, La alma de la rubiecita Que se subía a la gloria.
San Miguel en la ocasión Vino entre nubes bajando Con su escudo, y revoliando Un sable tirabuzón.
Pero el Diablo que miró El sable aquel y el escudo, Lo mesmito que un peludo Bajo la tierra ganó.
Cayó el lienzo finalmente Y ahí tiene el cuento contao... Prieste el pañuelo, cuñao: Me está sudando la frente.
-Lo que almiro es su firmeza Al ver esas brujerías. -He andao cuatro o cinco días Atacao de la cabeza.
-Ya es güeno dir ensillando... -Tome ese último traguito Y eche el frasco a ese pocito Para que quede boyando.
Cuando los dos acabaron De ensillar sus parejeros, Como güenos compañeros, Juntos al trote agarraron:
En una fonda se apiaron Y pidieron de cenar: Cuando ya iban a acabar, Don Laguna sacó un rollo Diciendo: -"El gasto del Pollo De aquí se lo han de cobrar".