domingo, 22 de noviembre de 2009

Fausto de Goethe


Gothe, es probablemente, el escritor alemán más conocido de todos los tiempos. Gran parte de su vida la dedicó a la redacción de Fausto, su obra cumbre.

En ella nos entrega uno de los grandes prototipos humanos: el hombre dominado por el ansia de alcanzarFausto - Johann Wolfgang Goethe (Libro Gratis). Download free books & ebooks. Romantic Book. Novels. Novelas Romanticas. e-books gratuitos. Fausto - Johann Wolfgang Goethe (Libro Gratis). Download free books & ebooks. Romantic Book. Novels. Novelas Romanticas. e-books gratuitos. Fausto - Johann Wolfgang Goethe (Libro Gratis). Download free books & ebooks. Romantic Book. Novels. Novelas Romanticas. e-books gratuitos. la felicidad y la sabiduría suprema, por desvelar el sentido de la vida.
Fausto es una obra literaria fundamental. Esta pieza teatral escrita en verso.

Monólogo inicial de Fausto

FAUSTO.–Ahora ya, ¡ay!, he estudiado a fondo filosofía, leyes, medicina y por desgracia también teología, con ardoroso esfuerzo. Y ahora me encuentro, ¡pobre de mí!, tan sabio como antes. Me llaman maestro y hasta doctor, y diez años llevo ya zamarreando a mis discípulos, cogidos de la nariz, arriba, abajo, a este lado y al otro…, y veo que no podemos saber nada. Lo cual me achicharra la sangre. Cierto que soy más discreto que todos esos jactanciosos doctores, maestros, escribanos y clérigos; no me quitan el sueño escrúpulos ni dudas y no le tengo miedo ni al infierno ni al diablo…; pero, en cambio, también ha huido de mí toda alegría, no me imagino saber nada a derechas, no me hago la ilusión de poder enseñar nada, ni de mejorar ni convertir a los hombres. Tampoco tengo bienes, ni dinero, ni honor y lustre mundanos; un perro no habría podido aguantar tanto esta vida. Por eso me he consagrado a la magia, a ver si por la fuerza y el verbo del espíritu se me puede revelar más de un misterio, a fin de no tener más necesidad de decir, sudando la gota gorda, aquello que no sé; de reconocer lo que el mundo encierra en su más íntimo meollo, contemplar toda la fuerza operante y las simientes y no seguir atascado en palabras.

Aparición de Mefistófeles


FAUSTO.–¡Échate a los pies de tu amo! ¡Ya ves que no amenazo en balde, que te achicharro en sagrada llama! ¡No aguardes a que por tercera vez te hiera la ardiente luz! ¡No aguardes a que despliegue la más poderosa de mis artes! (Deshácese la bruma y aparece Mefistófeles, vestido a guisa de estudiante andariego, saliendo de detrás de la estufa.)

MEFISTÓFELES.–¿A qué tanto alboroto? ¿Qué se le ofrece al señor?

FAUSTO.–¿Conque eso era lo que tenía dentro el chucho? ¿Un estudiante trotero? El caso me hace reír.

MEFISTÓFELES.–¡Saludo al docto señor! La gota gorda me habéis hecho sudar.

FAUSTO.–¿Cómo te llamas?

MEFISTÓFELES.–Nimia me parece esa pregunta en quien tanto desprecia el verbo y, muy alejado de toda apariencia, solo atiende a la hondura de los seres.

FAUSTO.–En vosotros, caballeros, suele inferirse el ser por el nombre, pues clarísimamente salta a la vista cuando os llaman dios de las moscas, corruptor y embustero. Pero vamos a ver: ¿quién eres tú?

MEFISTÓFELES.–Pues una parte de esa fuerza que siempre quiere el mal y siempre hacía el bien.

FAUSTO.–¿Qué quieres decir con esa adivinanza?

MEFISTÓFELES.–¡Yo soy el espíritu que siempre niega! Y con razón, pues todo cuanto existe es digno de irse al fondo; por lo que sería mejor que nada hubiese. De suerte, pues, que todo eso que llamáis pecado, destrucción, en una palabra, el mal, es mi verdadero elemento.

Firma del pacto

Mefistófeles convence a Fausto de que su diabólico poder le puede proporcionar la plenitud vital que está buscando, siempre y cuando pueda disponer de su espíritu tras su muerte. Fausto acepta:

FAUSTO.–¡Te brindo la apuesta!

MEFISTÓFELES.–¡Acepto!

FAUSTO.–¡Venga esa mano! ¡Diréle al momento: aguarda! ¡Eres tan bello! ¡Luego podrás tú cargarme de cadenas y yo me iré gustoso a pique! ¡Cuando doblen por mí las campanas, quedarás libre de tu servidumbre; cuando el reloj se pare y caiga el minutero, se habrá acabado el tiempo para mí!

MEFISTÓFELES.–Piénsalo bien, que no hemos de olvidarlo.

FAUSTO.–En todo tu derecho estarás, que yo no me he pasado de ligero. Tal como me encuentro, esclavo soy, es decir, tuyo o de quien fuere.

MEFISTÓFELES.–Desde hoy mismo serviré como criado a la mesa del doctor. ¡Pero solo una cosa!… Por si vive o muere, os ruego un par de líneas.

FAUSTO.–¿También exiges un escrito, so pedante? ¿Es que no has conocido a ningún hombre ni de palabra de hombre sabes? ¿No es bastante que mi palabra explícita haya de ir unida a mis días eternamente? […] ¿Qué quieres tú de mí, espíritu malo? ¿Bronce, mármol, pergamino, papel? ¿Quieres que escriba con cincel, escoplo o pluma? A tu elección lo dejo.

MEFISTÓFELES.–¿Cómo puedes exagerar con tanto calor tu locuacidad? Para el caso, cualquier hojilla es buena. La firmarás con una gotita de sangre.

FAUSTO.–Si eso te satisface plenamente, sea por la payasada.

MEFISTÓFELES.–Es la sangre un jugo muy particular.

La taberna de Auerbach

Comienza un peregrinaje de los dos personajes por diversos sitios. Para ello se ayudan de la capa mágica de Mefistófeles, que tiene la capacidad de llevarles a donde deseen.

SIEBEL.–(En tanto Mefistófeles se acerca a su sitio.) Pues yo confieso que no me agrada lo seco; así que dadme un vaso de lo dulce.

MEFISTÓFELES.–(Abriendo el boquete.) En seguida correrá para vos tokay.

ALTMAYER.–¡No, señores, miradme bien a la cara! Bien claro se ve que nos estáis tomando el pelo.

MEFISTÓFELES.–¡Quia! Nada de eso. Con tan nobles huéspedes sería algo atrevido. ¡Pronto! ¡Decid! ¿Qué vino queréis que os sirva?

ALTMAYER.–¡Cualquiera! No me preguntéis más. (Después de hechos y tapados todos los agujeros.)

MEFISTÓFELES.–(Con raros aspavientos.) […] ¡Ahondad en Naturaleza! ¡Y creed en el prodigio! ¡Quitad los tapones y refocilaos!

TODOS.–(Quitando los tapones y dejando correr el vino deseado.) ¡Oh, brava fuente esta que mana!

MEFISTÓFELES.–¡Pero tened cuidado de no desperdiciar gota!

TODOS.–(Cantando.) ¡Oh, qué placer de caníbales! ¡Oh, qué gusto y qué alegría! ¡Como quinientos marranos retozamos a porfía!

MEFISTÓFELES.–¡Libre es el pueblo; mirad qué a gusto se encuentra!

FAUSTO.–Yo querría ya largarme.

MEFISTÓFELES.–Poned antes atención, que la bestialidad va a revelarse ahora de un modo espléndido.

SIEBEL.–(Bebe desatentado y deja caer al suelo el vino, que al punto se convierte en una llama.) ¡Socorro! ¡Fuego! ¡Socorro! ¡Que el infierno está ardiendo!

MEFISTÓFELES.–(Hablando a la llama.) Estate quieto, ¡oh elemento amigo! (A los bebedores.) Por esta vez solo fue una gotita de fuego fatuo.

SIEBEL.–¿Qué es esto? ¡Aguarda! ¡Caro vais a pagarlo! ¡Por lo visto no sabéis con quién tratáis!

Fausto y Margarita

Tras visitar la cocina de una bruja, que prepara un elixir para que Fausto pueda rejuvenecer y conocer el amor, Fausto se encuentra a Margarita en la calle, de la que se queda prendado, y pide ayuda a Mefistófeles para conseguir su amor:

FAUSTO.–Mi linda señorita, ¿podría yo atreverme a ofreceros mi brazo y mi compañía?

MARGARITA.–Ni soy señorita ni linda; puedo ir a casa sin escolta. (Se aparta y vase.)

FAUSTO.–¡Por el cielo, que es hermosa esa chica! ¡Jamás vi nada que se le pareciera! ¡Es tan decente y virtuosa y al mismo tiempo tiene algo de pizpireta! ¡La grana de sus labios, la luz de sus mejillas no las olvidaré en tanto dure el mundo! ¡Al bajar los ojos quedóseme profundamente grabada en el corazón, y el que sea tan reservada viene a colmar su hechizo! (A Mefistófeles, que llega.) Oye: tienes que proporcionarme a esa muchacha.

MEFISTÓFELES.–¿Cuál?

FAUSTO.–La que acaba de pasar por aquí.

MEFISTÓFELES.–¿Esa? Pero si venía ahora del confesor, que la absolvió de todos sus pecados, que yo me escurrí detrás del confesionario. Es una chica la mar de inocente, que ni necesidad tendría de confesarse; sobre ella no tengo yo ningún poder.

FAUSTO.–Sin embargo, ya pasa de los catorce. […]

MEFISTÓFELES.–Ahora, bromas y cuchufletas aparte. Os digo que con esa chica no se puede ir deprisa. Por la tremenda no se consigue ahí nada; hemos de valernos de la astucia.

FAUSTO.–¡Tráeme algo de ese tesoro angelical! ¡Llévame junto a su lecho! ¡Proporcióname una cinta de las que le ciñen el busto, una media de mi adorada!

MEFISTÓFELES.–Para que veáis que me intereso por vuestras cuitas y quiero serviros, no perderemos un instante y hoy mismo os introduciré en su aposento.

Entrevista de Margarita y Mefistófeles

Mefistófeles acompaña a Fausto a la habitación de Margarita para que la contemple, lo cual acrecienta aún más su amor. Mefistófeles deja una caja con joyas en un armario, como un regalo de un admirador secreto. Tras ello, se presenta de nuevo en casa de Margarita, que está acompañada por su prima Marta. Comunica a Marta la muerte de su esposo, y promete traer a alguien (en realidad, a Fausto) que le cuente el fatal desenlace, para que este tenga la oportunidad de hablar con Margarita:

MEFISTÓFELES.–¡Ya lo veis! Pero, en fin, ya murió. Yo, en vuestro lugar, le guardaría luto un añito y luego tendería la vista por ahí en busca de otro tesoro.

MARTA.–¡Ay Dios, qué difícilmente hallaré otro en este mundo que pueda igualarse al primero! Un loco era, sí, pero de buen fondo. Solo que le tiraba demasiado el correr mundo, y las mujeres de otras tierras, y el vino de otros países, y ese maldito juego de los dados.

MEFISTÓFELES.–Bien, bien; la cosa habría podido pasar si él os hubiera tenido que perdonar más o menos lo mismo. Con esa condición os juro no tendría yo reparo en cambiar con vos el anillo.

MARTA.–¡Oh, y qué buen humor tiene el caballero!

MEFISTÓFELES.–(Para sí.) ¡Oh, creo que debo largarme en seguida! Esta tía sería capaz de cogerle al propio diablo la palabra. (A Margarita.) Y vos, ¿cómo tenéis el corazoncito?

MARGARITA.–¿Qué quiere decir el señor con eso?

MEFISTÓFELES.–(Para sí.) ¡Oh, qué niña tan buena e inocente! (Alto.) Bien. ¡Adiós, señoras mías!

MARGARITA.–¡Adiós!

MARTA.–Pero decidme una cosa antes. Yo querría tener un testimonio de dónde, cómo y cuándo murió y está enterrado mi tesoro. Siempre fui amiga del orden y quisiera leer también su esquela mortuoria en los semanarios.

MEFISTÓFELES.–Sí, buena mujer; por boca de dos testigos haremos pública la verdad; pues tengo un compañerito que por vos comparecerá ante el juez. Os lo traeré aquí.

MARTA.–¡Oh, sí, no dejéis de hacerlo!

MEFISTÓFELES.–Y esta jovencita, ¿estará aquí también?… ¡Se trata de un buen chico! Ha corrido mucho mundo y es sumamente cortés con las señoritas.

MARGARITA.–Voy a ponerme colorada delante de este señor.

Condenación de Margarita

La relación entre Fausto y Margarita tiene lugar, lo que indirectamente causa la muerte de la madre de Margarita y de su hermano Valentín; en una iglesia un espíritu le revela que está condenada por sus pecados y que tiene que morir encarcelada.

FAUSTO.–¡Sálvala, o ay de ti! ¡Caiga sobre tu frente la más horrible maldición por espacio de milenios!

MEFISTÓFELES.–Yo no puedo desatar el nudo del vengador ni descorrer sus cerrojos… ¡Sálvala!… ¿Quién fue el que la precipitó en la ruina? ¿Tú o yo? (Fausto mira en torno suyo con ojos de espanto.) ¿Es que vas a echar mano del trueno? ¡Suerte fue que no os fuera dado a vosotros, míseros mortales! ¡Arremeter contra el inocente que les sale al paso es la manera que tienen los tiranos de salir del aprieto!

FAUSTO.–¡Llévame allá! ¡Hay que libertarla!

MEFISTÓFELES.–¿Y el peligro a que te expones? Piensa que todavía tienes tú una deuda de sangre que saldar con la justicia. Sobre el lugar en que cayó la víctima, ciérnense espíritus vengadores y acechan impacientes la vuelta del homicida.

FAUSTO.–¡Que aún digas eso! ¡Caiga sobre ti, ¡oh monstruo!, la sangre de todo un mundo! ¡Llévame allá, te digo, y sálvala!

MEFISTÓFELES.–¡Allá te llevaré, y oye lo que hacer puedo! ¿Tengo yo acaso en mi mano todo el poder del cielo y de la tierra? En bruma envolveré los sentidos del carcelero, le quitaré las llaves y con mano de hombre la sacaré de allí. ¡Yo vigilo! Listos están los mágicos corceles, y en ellos os raptaré. Eso es cuanto hacer puedo.

FAUSTO.–¡Pues vamos allá inmediatamente!


Salvación de Margarita

Fausto y Mefistófeles llegan a la cárcel con la intención de salvarla, pero Margarita rechaza a Mefistófeles, ya que prefiere morir arrepentida para recibir la gracia de Dios.

FAUSTO.–¡Ya está clareando! ¡Alma mía! ¡Amor mío!

MARGARITA.–¡El día! ¡Sí, viene el día! ¡El último día se acerca ya; el día de mi boda debía ser! ¡No le digas a nadie que estuviste con Margarita! ¡Ay de mi ramo de azahar! ¡Ya se acabó! Volveremos a vernos, pero no en el baile, que allí se apretuja la gente, aunque no se la sienta. La plaza, las calles no bastan a contenerla. Llama la campana, estalla el cohete. ¡Cómo me oprimen y zarandean! ¡Ya estoy a dos pasos del patíbulo! ¡Ya corre por todos los cuellos el frío de la cuchilla, que hiende el mío! ¡Mudo está el mundo cual la tumba!

FAUSTO.–¡Oh, si no hubiere yo nacido! (Mefistófeles aparece fuera.)

MEFISTÓFELES.–¡Arriba, o sois perdidos! ¡Inútil titubeo, remilgo y cháchara! Piafan ya mis corceles; la mañana clarea.

MARGARITA.–¿Qué es lo que sube del suelo? ¡Él! ¡Despídele! ¿Qué es lo que ese busca en este santo asilo? ¡Por mí viene!

FAUSTO.–¡Has de vivir!

MARGARITA.–¡Juicio de Dios! ¡A ti me entrego!

MEFISTÓFELES.–(A Fausto.) ¡Ven, ven! Si no, ahí te dejo con ella.

MARGARITA.–¡Tuya soy, oh Padre! ¡Sálvame! ¡Y vosotros, oh ángeles, sagradas legiones, rodeadme y defendedme! ¡Enrique! ¡Horror me inspiras!

MEFISTÓFELES.–¡Juzgada está!

VOZ.–(De lo alto.) ¡Está salvada!

MEFISTÓFELES.–(A Fausto.) ¡Ven conmigo! (Desaparece con Fausto.)

VOZ.–(Dentro, vibrante.) ¡Enrique! ¡Enrique!


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